Cuántas veces nos encontramos frente a situaciones que nos generan miedo, ese miedo que nos bloquea, que viene acompañado de una catarata de emociones y pensamientos que terminan bloqueándonos, empujándonos a huir, paralizarnos o buscar culpables.
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La mente nos aturde con pensamientos alarmantes, tratando de ponernos a salvo de lo que supone peligroso. La ansiedad y el miedo recorren el cuerpo, quien se prepara para la lucha o la huida. Tanta confusión interna nos deja aturdidos.
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Nos resistimos, rechazamos eso que vivimos afuera y esto que sentimos por dentro. Es el enemigo. Es la oscuridad que lucha contra la luz. Es el miedo que otra vez busca ser protagonista, contra la paz que anhelamos tener siempre.
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Y caemos. El cuerpo y la mente se entregan agotados. Estamos ciegos, sordos y mudos. No encontramos explicaciones racionales. Hay un enemigo interno que no logramos identificar y vencer, un lado oscuro que derrota la luz que somos.
Creemos que tal vez se trate de un castigo por pecados cometidos, y que por alguna razón lo merecemos. Abrazamos el dolor y nos victimizamos.
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El dolor y la confusión nos invitan a soñar para sentir alivio, soñar que regresamos al hogar de donde vinimos, ahí donde todo es paz y serenidad, donde no hay cargas ni limitaciones.
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Pero en el fondo, una voz se escucha a la vez cercana y lejana, un latido se siente propio y ajeno. Una llama cálida que implora crecer en medio de la lucha. Es el fuego del espíritu que logramos ver una vez que pasó la guerra. Y es que siempre estuvo ahí, esperando cumplir un papel en este juego de claros y oscuros.
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¿Será que no es a través de la guerra que se logra paz? ¿Será que no hay oscuridad a vencer o enemigo a derrotar? ¿Será la resistencia a la vida la causante del desastre?
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El fuego nos impulsa, nos inunda de fe ante la incertidumbre y liviandad para avanzar.
Y cuando aparece nuevamente el miedo, lo tomamos de la mano esta vez como amigo, presintiendo que tiene un rol en todo esto. Lo entregamos así a la llama interna, que logra crecer y transformarse en coraje. La luz crece e ilumina el camino, el fuego de nuestro espíritu nos guía.
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Y por fin comprendemos el maravilloso juego de claros y oscuros. Ya no hay buenos y malos, no hay miedos que apagar ni personas que vencer. No hay ideas equivocadas ni personas que porten la verdad. No hay oscuridad que vencer, sino partes a integrar. No hay luz que proteger, sino recursos para crear.
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Somos perfectos y completos, sólo que no lo sabíamos. El fuego interior nos guía para ir transmutando e integrando lo negado, dando luz a nuestras partes olvidadas, para ser día a día más conscientes.
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Para cambiar el mundo cambiemos primero la relación con nosotros mismos.
Es momento de transmutar y confiar en nuestro fuego interior.