Ayer vino a mi mente una imagen cargada de información y significados. Quiero compartirla con vos, porque tal vez te resuene tanto como a mí. Para eso, te propongo que te sumerjas en este breve cuento usando tu imaginación para darle vida en tu interior. Acá va:
Compraste boletos para subir a la calesita y ya llevás un largo rato dando vueltas, al borde, agarrado del caño. La calesita gira y vos estás deseoso de tomar la sortija, una y otra vez. En cada nuevo giro te concentrás y te preparás para agarrarla ni bien aparezca frente a tus ojos. Tenés que esforzarte, porque no te la ponen fácil, y la mayoría de las veces no lo lográs. Así que, cuando finalmente te haces con la tan deseada sortija, te sentís victorioso y la emoción te desborda.
El ciclo de ansiedad, esfuerzo y emociones se repite una y otra vez, hasta que finalmente comenzás a sentirte cansado, confuso y mareado. Es en ese instante en el que te das cuenta de que las vueltas que ganaste con cada sortija, no compensan ni cerca todo el dinero y energía que invertiste. Te sentís cansado, desganado y un poco frustrado. Ya no es lo mismo, algo en vos está cambiando.
Empezás a considerar cuáles son tus opciones ahora y, claramente, bajarte de la calesita en movimiento resulta bastante riesgoso. Así que miras para atrás y buscas un lugar más tranquilo, al menos hasta que la calesita deje de girar y te permita bajar. Estas mareado y caminas como podés hacia el centro, sosteniéndote de lo que vas encontrando a la pasada. Por momentos, la inercia te gana y las piernas se aflojan, a tu cuerpo le cuesta encontrar el equilibrio. Pero, a medida que te acercas al centro te das cuenta que las fuerzas que te impulsaban hacia afuera van cediendo, el mareo se disipa y podes ver más claro el panorama a tu alrededor.
Observas con empatía cómo la gente se enloquece en el borde, porque recordás lo que significa estar ahí. Una incipiente paz va creciendo en tu interior, pero aún haces fuerza para llegar al centro. Hay un instante en el que la fuerza se agota y no te queda más remedio que entregarte. Es ahí donde el centro de la calesita te absorbe y empieza a elevarte, lentamente, permitiéndote ver de a poco un paisaje mayor que no sabías que existía, la realidad de la calesita desde un lugar más distante y todo un mundo que se encuentra más allá.
¿Te suena? ¿Te ha pasado algo como esto? Te invito a que, por un instante, te mires al espejo y, con una mano en el corazón, te preguntes:
- ¿En qué lugar de la calesita estaré en este momento?
- ¿Cuáles son las sortijas de mi calesita, que captan mi atención constantemente y no me permiten ver más allá? ¿Cuál es la zanahoria que persigo cada día como si no tuviera opción, llevándome hasta el borde? El éxito en el trabajo, el consumo constante, una colección de títulos que dicen “quién soy”, los contenidos que me entregan las pantallas, una rápida elevación espiritual, la búsqueda de una imagen perfecta…
- ¿Qué me hace sentir el seguir siempre a los demás, el buscar afuera la fuente de satisfacción, el tomar siempre modelos externos, o someterme a dogmas, reglas y leyes sin siquiera cuestionar?
- ¿A quiénes o a qué le estoy regalando mi tiempo, mi atención, mi energía, mis dones, mi cuerpo, mis pensamientos y mis emociones?
- ¿Cuánto de lo que hago realmente alimenta mi paz interior?
- Y además: ¿Cuánta energía dedico a la introspección cada día?
- ¿De dónde puedo agarrarme para sostenerme en el camino de regreso a mi centro?
Años atrás, un día que no puedo definir con claridad, empecé a sentirme rara, cansada, aburrida, asqueada, vacía, enferma, loca, mareada, deprimida, y mucho más. Y desde ahí, sin ser del todo consciente, comenzó mi camino de regreso al centro, hacia MI centro. Debo reconocer que el tránsito fue difícil por momentos, fui y volví muchas veces, tuve que aceptar todo mi pasado y arrojarme un manto de piedad, buscar sostén y sostenerme, caer mil veces y levantarme, atravesar momentos de duda y confusión apelando a una fe aún débil, dejar atrás personas, hábitos y lugares, hasta que un día simplemente me entregué y ahí el centro me absorbió. Hoy puedo decirte que ni loca cambio la felicidad efímera de las sortijas, por la paz, la salud, la claridad y la alegría que se siente al ver cada día porciones más amplias y profundas del paisaje de la vida. A veces vuelvo a sentir una fuerza que busca llevarme hacia el borde, pero es solo un recordatorio de la importancia de mantenerme en eje. Ya no necesito cambiar a nadie ni a nada porque voy a mi centro y veo todo con otros ojos, con otra profundidad.
Sé que frenar y darte vuelta puede ser difícil a veces, porque la inercia hace que el cuerpo se resista a los cambios y, además, reconocer y comprender hasta qué punto extremo te has llevado, resulta un desafío. Pero te aseguro que todo ha sido necesario para que finalmente tomes fuerza y pegues la vuelta. Te animo a que voltees la mirada cada vez que te reconozcas en el borde o incluso antes de llegar a él. Te animo a que emprendas el camino de regreso hacia tu centro, somos muchos los que te esperamos amorosamente para darte una mano en el trayecto.
Te aseguro que a medida que te acerques a tu centro, te sentirás verdaderamente libre, invadido por una quietud llena de vida y colmado de un estado de gracia que no puede describirse con palabras.
Bienvenido al camino de regreso.
Marilin Zijlstra