Me indigna lo que haces. ¡Qué descaro! ¿Qué te has creído?
Me enoja tu actitud ¡Qué molesto! ¿Qué significa lo que estás haciendo?
Me ofende tu comentario. ¡Vaya si es inadecuado! ¿Qué necesidad de llevarme a este estado?
Me quedo rumiando en cuánto afectas mi vida, mi tranquilidad, mis límites. Tu actitud es como una flecha que disparas al centro de mi pecho provocándome dolor e incomodidad. Levanto muros para protegerme, pero cuando menos lo espero, disparas una nueva flecha y los derribas.
Por momentos, me acurruco para lamer mis heridas y apagar el incendio interior y por momentos me transformo para gritarte mi enojo. Las batallas aumentan y el suceso se repite una y otra vez de diferentes formas, haciéndome por fin ver que no puede ser inocente, azaroso o casual.
Esa bendita flecha ha sacudido mi vulnerabilidad, accionando la alarma de un sistema que requiere de atención. Es una cachetada del más allá que me obliga a despertar de la anestesia en la cual me dejo caer por momentos.
¿Será todo esto un reflejo de mis luchas internas, entre las partes más visibles que no quieren retroceder y aquellas que buscan ser reconocidas?
¿Será que hay algo más inteligente y sutil manifestándose entre nosotros?
¿Quién de los dos fue realmente el que lanzó la primera flecha, esa que terminó desencadenando la batalla?
Cuando la resistencia cede, se abre una puerta y la luz se cuela. Mis ojos despiertan y alcanzan a ver el lazo que nos une, esa cuerda que ha sido traída por la flecha. Esa cuerda que trae la invitación a danzar entre el adentro y el afuera, como lo hace el aire con cada respiración.
¿Voy a continuar lamiendo mis heridas y lanzando nuevas flechas, en una batalla sin fin? ¿O me voy a largar a caminar sobre esa cuerda floja llena de misterio?
¿Voy a continuar renegando contra el entorno que me sacó de mi letargo? ¿O me hago responsable de tomar el mensaje y comenzar a navegar las aguas que empezaron a moverse?
Desde las profundidades algo puja por salir a la luz, un nuevo aprendizaje cuya manifestación es la cuerda que nos dejó unidos. Aun así, tengo la posibilidad de elegir mi reacción frente a ello. Puedo patear la pelota para afuera desparramando culpas; puedo taparme los oídos y seguir adelante anestesiada; o puedo tomar este tercer camino, subiéndome a danzar sobre la cuerda floja, esa cuerda que me lleva de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro, cargada de vértigo e incertidumbre, pero también de gozo, mariposas en la panza y crecimiento.
Hoy elijo subirme a la cuerda floja, sabiendo que, en esa danza entre certeza e incertidumbre, entre tu vida y mi vida, se crea un NOSOTROS que nos sobrepasa y expande.
Hoy elijo caminar la cuerda floja, despertando a cada paso cuando me veo dormida y sospechando que hay una estación en la cual coincidiremos, y desde donde ya no seremos los mismos.