Parafraseando a algunas personas que hacen alusión al pasado de una manera cariñosa, comienzo esta reflexión con las siguientes 3 palabras: “en mis tiempos” las historias o cuentos que leíamos y trabajábamos en la escuela se dividían en tres etapas: introducción, nudo y desenlace. Hoy, al menos en algunos lugares, las mismas etapas se denominan: principio, conflicto y final. Al descubrir esto me quedé pensando en la palabra “conflicto”. Y tanto me inquietó el tema que me puse a buscar las definiciones en el diccionario, y estas son las que encontré (entre otras):
- Conflicto: “Oposición o desacuerdo entre personas o cosas”. “Guerra o combate derivados de una oposición o rivalidad prolongadas”.
- Nudo: “Núcleo de la acción o de la tensión dramática que precede al desenlace”. “Principal dificultad o duda en algunas materias”. “Aspecto central de una cuestión”. “Unión, lazo, vínculo”.
Luego aparecieron en mi mente una serie de preguntas que abrieron un espacio a la reflexión y que las vuelco a continuación para compartirlas con ustedes:
- ¿Por qué será que utilizamos la palabra conflicto cuando nos referimos a la parte central de un cuento, una historia, un suceso, un proceso?
- ¿Qué movimientos internos se disparan cuando pensamos o escuchamos la palabra conflicto?
- ¿Por qué los procesos que exigen un cambio en nosotros, una transformación, una nueva mirada, un “ponernos de acuerdo con otro”, disparan una resistencia interna que luego se visualiza como conflicto?
- ¿Qué pasaría si, para arrancar, dejamos de usar la palabra conflicto para referirnos a todo aquello que nos genera tensión?
Y sigo:
- ¿Qué nos pasa cuando atravesamos épocas de crisis interna (o externa)?
- ¿Qué tipo de energía alimentamos cuando nos encontramos en el nudo de una cuestión, nos enredamos en él haciéndolo aún más apretado o fluimos a través de las vueltas que nos llevan hacia una nueva recta?
- ¿Cuánta paciencia, compasión, sostén, espacio, confianza, ternura, cobijo, perseverancia… nos brindamos cuando estamos atravesando procesos internos que, a su tiempo, nos colocarán en un nuevo equilibrio?
- ¿Cuántas veces reaccionamos negativamente en el nudo de nuestros procesos, por no saber gestionar las emociones que se disparan ante los cambios?
- ¿Cuántas veces pasamos por encima de otros o violentamos situaciones, para llegar rápidamente a los objetivos, por miedo a las transformaciones internas que ellas traen consigo?
En todas las historias y en todos los procesos de evolución necesariamente hay algo que debe cambiar, que debe moverse, que debe transformarse (una relación, una cierta forma de percibir los hechos, etc). En todas ellas hay un nudo que implica un antes y un después, la muerte de ciertas conductas/objetivos/visiones y la posterior creación de otras; así como en la fabricación de los productos, las materias primas deben “morir” como tales para dar lugar a algo nuevo y superador.
En estos tiempos en los que hablamos de inclusión, propongo que empecemos a considerar merecedor de nuestra atención amorosa, al NUDO de todas las cuestiones. Propongo que le quitemos el título de “conflicto” y que dejemos de hacerle bullying, que le reconozcamos su derecho a ser percibido por lo que es: el QUID de la cuestión, la parte más importante de nuestros procesos de evolución. Esa etapa que merece respeto, compasión y espacio para que se puedan macerar los diferentes componentes y separar, en el momento adecuado, aquello que debe morir para dar lugar finalmente al aprendizaje, llevándonos así a una versión superadora de nosotros mismos.