Los ciclos internos son como olas que nos transportan a través del océano. Cuando nos toca ir en la cresta sentimos cosquillas en la panza y reímos eufóricos, el viento en la cara nos da oxígeno y energía para llenar todos nuestros huecos. Nos acomodamos y acostumbramos fácilmente a este estado, tanto que olvidamos que tarde o temprano la ola va a romper.
Cuando la ola rompe, irremediablemente caemos con ella, a veces nos golpeamos y nos toca nadar para salir a flote. Si la caída nos agarra desprevenidos el mar nos revuelca y hasta tragamos agua, sentimos que no podemos respirar y que no vamos a poder salir.
Se trata de aprender a fluir con las olas del mar, de aprender el movimiento de la vida y el sentido que tiene cada parte del proceso, la expansión y la contracción. Comprender que la dicha que experimentamos en la subida no será eterna, aprender a no dormirse extasiados en la cima, acompañar la bajada de manera consciente sin resistir y no apegarnos al dolor que nos dejaron los golpes al caer.
La vida es un eterno subir y bajar, para que aprendamos a aceptar y a permanecer en estado de equilibrio aún en las más grandes olas, a confiar en que la vida nos nutre y a descansar en la calma que nos da el saber que somos uno con el mar.