El tiempo dejó de ser lo que era, perdió su unidimensionalidad, ya no existe el tren que nos llevaba del pasado al futuro y del futuro al pasado, desde donde apenas saludábamos a la pasada a un presente eternamente descuidado y abandonado, cual Penélope en la estación.
Las horas ya no miden lo mismo. El cuerpo mental pasa de generar 10 opciones en 10 minutos, a hacer la plancha sobre aguas profundas y misteriosas, que nos ponen en estado de trance.
Nuestro cuerpo emocional recibe, digiere y expulsa a una velocidad increíble emociones, traumas e imágenes del pasado.
Y el cuerpo físico pide, pide más agua, más aire, más descanso, menos toxinas, más alimento de calidad… para adaptarse y dar espacio a todo aquello que viene a encarnar.
Sorpresivamente para muchos, alguien accionó el freno de mano y el tren se detuvo violentamente, haciendo que el PASADO se estampe contra nosotros y caiga en mil pedazos. La estampida nos hizo perder parte de la memoria, los traumas del ayer se desprenden como hojas en otoño, al igual que el resto de las cargas que llevábamos en la mochila.
En la frenada violenta el FUTURO siguió con su inercia y desapareció en la distancia, quedando tan lejano que ya no entra en nuestra capacidad siquiera imaginarlo.
Y de repente… nos quedamos solos, mirando a los ojos al PRESENTE, quien nos recibe con una calidez, una paz y una abundancia que nunca habíamos sentido y que no logran ser opacadas por el vértigo y la confusión del momento. Estamos por primera vez comprendiendo de qué se trata eso de ESTAR PRESENTES, porque vemos y sentimos la magia que hay detrás de cada segundo vivido con intensidad.
Y como si todo esto no fuera suficiente, una fuerza superior nos empuja con firmeza y con cariño, esta vez no hacia adelante, sino hacia nuestras profundidades. Vamos como en una montaña rusa hacia adentro a toda velocidad, al encuentro de nuestra singularidad, ese interruptor que necesitamos activar para expandir nuestra consciencia y la consciencia universal.
El tiempo dejó de ser lo que era y con él cayó el velo que no nos permitía apreciar nuestra riqueza multidimensional. Adelante-atrás, arriba-abajo, adentro-afuera, a los costados… todo se conjuga en cada segundo de una manera maravillosamente particular y alocada.
¡Abróchense los cinturones! ¡Esto recién comienza!